2 jun 2011




"Quizá sería mejor no ser escritor, pero si debes hacerlo, escribe. Si te sientes lerdo, te duele la cabeza, nadie te ama, escribe. Si todo se siente irremediable, si esa famosa 'inspiración' no llega, escribe. Si eres un genio, harás tus propias reglas, pero si no -y las posibilidades están claramente en contra-, ve a tu escritorio, sin importar tu ánimo, enfrenta el desafío del papel: escribe" J.B. Priestley


Yo no soy ni escritor ni genio, pero desde niña, cuando la soledad me aturde aprendí o a leer, cantar, o escribir. Entonces está de más decir que me la pasé leyendo, cantando, o escribiendo toda mi infancia.

Y después empieza el problema: sobre que escribir. ¿El hielo?

Ahora sólo soporto el agua fría y con mucho hielo, a causa de eso estoy tan ronca que no puedo cantar. De niña, en mi casa no comprábamos agua de garrafón, la hervíamos, entonces casi siempre tomábamos agua tibia, ya que el proceso entre hervir, enfríar y meter al refri era muy largo. A mi hermano y a mí, nos parecía que tener hielos era un absoluto lujo, algo que sólo veíamos en las casa más bonitas que visitábamos, dónde siempre para agradarnos nos daban agua tibia. El tin tin de los hielos chocando contra el vidrio del vaso, y el tronar de los cubitos en el agua fría, nos parecía una delicia muy lejana...


Y la verdad es que hacer hielo es barato, no tiene nada de lujoso; pero en fin, así son las memorias de la infancia. Como esa otra que en un condominio enorme, con piscina en el último piso, un perro pequinés histérico nos persiguió hasta casi hacernos caer a la alberca, y luego de regreso, peldaño a peldaño de las muchas escaleras, hasta que salimos de ahí y cerramos la puerta del departamento en dónde nos hospedábamos.

O como la otra que en Disneylandia, sí en ahí en ese mágico lugar, mi hermano lloró porque lo abrazó Pluto, y lloró en los piratas del caribe, y en el show de los osos, y en todos lados, menos en la montaña del espacio, en donde casi se sale porque la seguridad le quedaba grande. Y sí, esa misma vez, sin haber visto siquiera la mitad del parque, nos tuvimos que ir a las tres de la tarde, porque mi mamá y mi tía tenían un "dolor de cabeza insoportable", les había bajado, estaban con unas jetas más grandes que el parque, y ya no soportaban "tanta calor".


O como esa vez que ante la montaña sandía esperé la puesta de sol desde dos horas antes - es que la montaña sandía, en Albuquerque Nuevo México, se pone toda roja cuando el sol se pone, porque le da de frente, por eso se llama sandía- entonces yo que sabía que era la última tarde que íbamos a estar ahí, velé, mientras los demás platicaban, o tomaban agua con hielo, o jugaban con perros amistosos, o veían la tele en cada cuarto, yo velé, para que después de dos horas de estar velando, el cielo se nublara, y lloviera y lloviera y jamás pudiera ver la montaña roja como una estúpida sandía.

Escribir, de recuerdos lejanos, absurdos, y sentirme con una soledad más concurrida, menos vacía; escuchar las voces, y el sonido de la tierra recibiendo la lluvia y entonces el olor a frustración es igual al de la tierra mojada, o al de un perro babeante. Y entonces pienso que la vida no ha sido tan solitaria, que he compartido tonterías agradables, miedos agradables, frustraciones agradables, porque lo único agradable que tenían era no estar sola, tener otra persona con quien quejarme, o asustarme y tal vez alguien con quien recordar.

1 comentario:

BEATRIZ dijo...

Que chidos recuerdos susanita, nada de absurdos, hasta lo absurdo se atesora al viajar al tiempo pasado.

Sabias recomendaciones en la cita que abre tus remembranzas...y porqué no completar las recomendaciones,jajaja..."hacerle un comentario positivo al trabajo de alguien", no te creas...el comentario te lo quiero hacer de puro gusto.

Y UN ABRAZOTE también