23 oct 2007

Hola! Imitando a mi amigo Anuar, les represento un texto que creo no funcionaba porque es muy largo y da flojera leerlo de un tirón, por eso se los presentaré en tres emisiones a ver que les parece, a mi me gusta, espero a ustedes también, con ustedes:
MEMORIA
primera parte

Hay personas que olvidan pronto. Hay quien no tiene una memoria corporal por más de dos meses. Yo no soy así.

Mis gafas, mi cabello castaño color de olvido, mi boca pequeña, mis labios apenas dibujados y siempre arrepentidos, mi cuerpo delgado, encorvado, mi rostro siempre oculto, obviamente no son para recordar; soy insignificante, mi voz apenas se escucha, y no puedo sostener jamás la mirada, no puedo ver a nadie a la cara.

Hay personas que olvidan pronto. Mi padre me trataba como hija, me miraba como hija todo el día y casi todos los días. No tenia porque hacerlo, no era mi padre. Mi madre le hizo jurar que me cuidaría antes de morir, pero no era mi padre; aunque tratara de serlo, de protegerme, de enseñarme, de suplir mis carencias, de formar mi carácter, de ser y hacer todas las cosas que hace un padre, siempre en las noches lo olvidaba.

Lo olvidó desde la noche que desperté gritando porque alguien, oculto en las cobijas seguramente, me había cortado, porque estaba bañada en sangre, porque el fantasma me seguía haciendo sangrar y no sabia dónde estaba; esa noche lo olvidó por primera vez. Me cargó, me abrazó, se comió mi llanto, absorbió mi miedo; hasta que de repente otro miedo me nació, un miedo de muerte, de que me robara el alma con el primer beso abismal en mi vida, de que me rompiera la carne al hurgar en los huecos y las cuevas, de que me rasgara hasta los tuétanos con sus manos de minero hambriento. Miedo, angustia, de ver por primera vez a un hombre, su cuerpo fuerte, su sexo inmenso; y el pánico ahogador de que se fuera, de que dejara de tocarme, de morderme, de matarme, temblando del horror de saberme mujer, mujer vacía y vaciada, el terror de que por fin se fuera saciado, extrayendo para siempre el último aliento de mi alma. Y así desde esa noche, cada noche, cada mes, cada año, dormí con él, dormí con miedo.

Nunca me permitió conocer a nadie más, nunca. Una noche llegué a casa con un chico, un chico bueno, joven, dulce, limpio; y él se portó como un padre, le sonrió, le ofreció café, le hizo platica, y cuando se marcho me dijo que era un buen prospecto. Pero a la media noche mientras yo dormía, entró en mi cuarto, me levantó de los cabellos, me golpeó el rostro, me poseyó de todas las maneras posibles, y me gritó, me susurró, me tatuó el vientre, los muslos, los pechos, me marco la vida diciendo: “eres mía, de nadie más”.

Hay personas que olvidan pronto, yo no. No volví a levantar el rostro, primero por el enorme cardenal que me engrandecía el ojo, después por la fobia a que cualquier chico se atreviera a mirarme, y sobre todo por el miedo de yo mirar a otro hombre, a un hombre joven, bueno, limpio, y desearlo, y entonces soñar un despertar con otro, y no con sus brazos, y no con su fuerza. No volví a caminar erguida, no volví a levantar la voz, no volví a hacer nada que me hiciera recordable. No.

Hay personas que olvidan pronto. Yo no. No sé olvidar, aún escucho sus pasos sobre la duela, el rechinar de la pesada puerta de caoba, el murmullo de la ropa y el metal de su cinturón al caer al piso, el aire cortado de mi boca al sentirlo contra mi piel; el olor a renuncia al canto del gallo, el hedor de la ausencia en el alba, el apeste del vació al amanecer, cuando al abrir los ojos él ya no estaba en mi cama.

Hay personas que nunca me notaron, que nunca me miraron, que nunca sintieron mi presencia, que vivieron junto a mí ignorándome como si fuera menos que un fantasma. Hay personas que nunca me escucharon, que pensaban que el piano se tocaba solo, que creían que no era necesario ir a una sala de concierto para ver unas manos de alguien arrancándole angustia, pasión, amargura, deseo, vida a un piano; que era inútil convocar a un auditorio a siquiera tres personas para escuchar música, cuando se podía escuchar por fuera de un salón de clase cualquier tipo de música, toda desde Bach hasta Ligeti, desde Lacheman a Mozart, bien tocada, bien sentida, bien peleada, bien amada. Hay personas que nunca me notaron, es decir todas las personas; excepto él.

Hay quienes te obligan a levantar la cara, a gritar tu nombre, que te sacan la furia, el orgullo que jamás pensaste tener, que te forzan a caminar erguida, a sonreír. Yo lo vi. Lo vi entrar en el salón de clase. Lo vi recargarse en el piano, escuchar con atención, no despegar sus ojos de mi rostro; pero lo más importante es que al verme me derribó las noías y las fobias. Me retó.

Hay personas que olvidan pronto. Yo traté de olvidar. Yo dejé de llegar, me sumí en el piano, en la música, y no regresaba a casa hasta muy entrada la noche. Puse candados por adentro de mi habitación, cerré los oídos ante cualquier grito, maldición o suplica; no escuché, no olí, no respondí a ninguna de las lunas ni a sus pasos. Traté de olvidar cuanto amaba su cuerpo, sus besos, cuanto deseaba despertar con él; hasta que una noche al llegar a la casa, encendí la luz, y vi en un péndulo a mi carne, a mis huesos, a mi vida, lo vi sin nada de aliento, sin nada de fuerza, sin nada de mí.
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C O N T I N U A R Á . . .

4 comentarios:

Anónimo dijo...

espero ansiosa la segunda parte :D

Ánuar Zúñiga Naime dijo...

Muy fuerte, no hay palabras, de verdad que a cada texto creces a pasos agigantados.
Un abrazo

Amorexia. dijo...

Que signo de puntuación puede expresar mi expectativa?

Buen texto, crudo como nos gusta.

Te espero mañana en el blog, es un día especial, y estas invitada.

Horacio Fioriello dijo...

Mudo, mudo estoy depues de leerte, confieso que es la mas impresionante narracion que te haya leido Deby, indudablemente este es tu género cachorra.

me sambullo en la segunda parte!