19 abr 2007




Obsesión



Sonriéndo la amargura de su derrota él le dijo: "la única manera de olvidarte es que tengamos una relación realmente obsesiva". Ante la sonrisa atónita de respuesta continuó: "Si, verte a todas horas, escuchar tu voz hasta el hartazgo, dormir y despertar contigo, pasar cada segundo pensando en tí, conocerte todos los gestos, saber leer tus pensamientos, agotarte de sensaciones, lamerte hasta la última gota de sangre; en fin, no alejarme hasta que te odie, entonces te podré olvidar "...


Ella sonrió. Continuaron saliendo; matar el tiempo juntos era una delicia, el deseo incrementaba tarde a tarde, noche a noche. Él insistía, y cada "no me gustas, no eres mi tipo, te quiero solo como amigo" era cada vez más débil, el rechazo se diluía entre las palabras, el café y las caricias que nacían más fáciles que moscos. Tanta piel, tantos cruces de aliento, tantas manos sedientas desembocaron en la boca, en la montruosa hambre de unos labios, en la angustiante marea de los besos de amor.


Imposible dejar de verse, de llamarse, de encontrarse; por toda la ciudad se escucharon sus palabras, en todas las calles se percibió su olor; nadie pudo no haberlos visto, la pasión y la ternura, la necesidad de tocarse, el seguir el camino ciego del olfato, nadie pudo no notarlo. Ellos eran los amantes, ver sus caricias era recordar la paloma rítualmente acariciada por el loco, caricias que parecían congelarse en el espacio y pasar a la eternidad. Sus labios eran el desierto vivo, piel que se desprende de sí misma, río que se lame al fluir. Sus ojos, espejos de Magritte, que no reflejan lo de enfrente sino lo de adentro, no el rostro sino el cuerpo. Ver a uno era ver inegablemente al otro.


Ella con él, ya sólo pensaba en voz alta, enfatizaba sus palabras imprimiéndole el cuerpo, ya sólo caminaba a su ritmo, sus caderas, cabellos y brazos solo se estiraban para abarcarlo. Despertar era ver el sol en su rostro, respirar era beber su aliento; vivir, nadar en su pulso, dormir sólo en su pecho. Con los ojos cerrados, sólo con la mano, él podía adivinar hasta sus deseos, sus ideas para él eran como sus própias uñas. Ser una sola carne no podía significar otra cosa.


Entonces, porque él sólo la conocía desde el amor, dejó de amarla y se lo dijo. Y decidió conocerla desde la angustía por recuperarlo, la fatigó con ruegos, la deshidrató a suplica de besos, la mató a desprecios, convirtió todo su deseo en un trapo para cubrirlo de lágrimas, y cuando terminó de saber cuánto lo amaba, y cuánto estaba dispuesta a hacer para que la amara de nuevo, cuándo vió hasta el fondo el precipicio del alma y lamió la verdad de sus látidos, cuando había escuchado ya todas sus palabras, y su voz se convirtió en un zumbido, entonces salió de su cuerpo, desapareció.