20 jul 2009

En la madrugada a veces el insomnio te sugiere un amargo y oscuro café. La casa está en un perfecto silencio y con mucho frío a pesar de los muebles y los edredones. Los peces sueñan en su siesta de ojos abiertos con grandes cascadas en una pecera que no tenga fin. A tu lado, a unos centimetros su mano te parece imposible, sus piernas que podrían cobijarte están del otro lado del cañón y no existen puentes.

Piensas en un café y deja de ser negro en tus deseos, ahora tiene leche y una gran cantidad de azúcar; ves la luz tenue de la estufa, sientes ya como te envuelve con su calidez, sacas un pie de la cama y entonces recuerdas que entre la cama y la barra de la cocina está en un rincón del comedor la otra que lleva tu nombre.

Logras verla entre las sombras atragantandose, englutiendo sin parar lágrimas, mocos y comida, mucha comida. No te dejará llegar a la cocina, sus ojos hinchados y rojos brillaran y te daran miedo, sus sollozos, entre cortados por el tragar, te daran escalofríos, sus manos grasosas y sucias de salsa, chocolate, crema querran tocarte, su cara embarrada y llena de moronas buscará tu aliento.

Tratas de olvidarla, de pensar en el café con leche, en lo bien que te haría porque tienes frío, porque estás muy triste, porque necesitas un cariño líquido y piensas de nuevo en levantarte, pero aun antes del comedor está el pasillo, es corto pero de noche lucirá inmenso, y ese está lleno de voces, de los reclamos que dijiste, de los llantos que hiciste derramar y derramaste, de las promesas que no cumpliste, de los ruegos que arrastraste. Tiene colgados como retratos antiguos todas tus muecas de ironia, de desprecio, de burla. No podrás resistirlo, desistes, decides olvidar el café y su consuelo, decides darte la vuelta y atravesar el cañon para tocar ese calor del otro lado.

Estiras tu mano, tus pies, tus rodillas pero entre tú y ese cuerpo que amas, que necesitas y deseas, está una anciana, sí, también ella tiene tu nombre, es como tú pero más flácida, gime como tú pero las lágrimas fluyen en diversas rutas entre sus arrugas, tiene el corazón poroso y apesta a ajenjo, te dice quedo, sin fuerzas pero contudente que el amor no existe, que es una batalla perdida, que es una tontería pelearlo, que jamás se gana, que eres una estúpida.

A veces en la madrugada tienes frío, unos grandes deseos de un café negro o con leche, de una luz tibia como un abrazo, de esconderte entre las piernas de quien amas; pero sólo das vuelta a la pared, escondes tu rostro en la almohada, y con tus propios brazos te envuelves.