
CIRUELA ROJA
Mi primer beso me lo dio una mujer.
Si tomas una ciruela roja y la presionas entre tus labios sin romperla, calculas su volumen, y exploras su textura, sin rozarla siquiera con tu lengua, solamente labios y ciruela, podrías hacerte una idea, aunque quizá demasiado vaga, de la delicadeza de esa niña.
Una ciruela arrancada de un árbol soleado en pleno verano. Suave, delicada, boca carnosa; una fruta virgen para el estomago implacable del mundo. Teníamos seis años, ¿Cuál es la diferencia entre el juego y la seducción? ¿qué línea se cruza entre la sensualidad y la inocencia, y en que momento? ¿Cuál es la edad idónea para descubrirse sexual? No lo sé ahora, en ese entonces tampoco lo sabía.
Una primaria pública, turno vespertino, salones en construcción, y en medio del recreo, como escondido, encuentro un beso; una boca mordiendo los bordes de mis labios, (yo entonces no sabía que tenía labios), yo no conocí hasta entonces ni la tersura de las uvas ni su carne; antes de ese momento todo era tragar, después de él todo se volvió un dulce deletreo de la boca, sobre una fruta que se va abriendo poco a poco, que moja, que refresca y quema al mismo tiempo, sin que eso se pueda explicar.
¿Qué es un beso? Yo no lo sabía. Yo pegaba mi cara a una mejilla y chasqueaba los labios; era bonito y era bueno, las abuelas y las tías, los abuelos y los tíos, mi padre y madre, podían estar satisfechos y contentos, la nena era cariñosa y regalaba besos. Laura tomó mi cara con sus manos llenas de tierra, se acerco a mi cara, cerró los ojos, y aprisionó con sus labios mi boca, los hizo hablarme y contarme emociones con su piel, me dibujo sin colores la forma de mis labios con su lengua, y entonces yo olí; olí algo así como una gota de lluvia antes de caer al piso. Fue extraño, dulce y agrio como una mandarina, doloroso y rico como el raspar de una paleta. Sus manos también besaban, recorrian y presionaban con avidez los huecos y rincones dormidos de mi cuerpo de niña, y yo sentí; sentí por primera vez el columpio de la sangre, que me estremecía y me hacia volar sin siquiera despegar los pies del piso, me llenaba los ojos de lágrimas y a la mismo tiempo la cara de risa. Era bonito, ¿era bueno?
Un día regresé a clases pero Laura ya no regresó más. Alguien (quizá mi madre, quizá la maestra) supo lo que ella me había enseñado y la dirección decidió echarla; sí se enteraron lo supongo, y seguramente lo dije yo, ¿y cómo no decirlo si fue el mejor descubrimiento de la primaria? ¿si desde allí supe que me gustaba sentir la electricidad de mi cuerpo contra otro cuerpo? ¿si desde entonces mi manos se volvieron mis amigas y mis amantes?
Así aunque Laura y su rostro se fueron borrando poco a poco de mi memoria, nunca pude olvidar el efecto de su boca y sus manos sobre toda mi piel.
Pasaron muchos años antes de poder ver en mi cuerpo lo que ella adivino con sus manos de maga. Tarde muchos años en conocer los términos: sexualidad, masturbación, lesbianismo, heterosexualidad, mas unos cuantos segundos en entender lo que yo había vivido. Tarde muchos años mas todavía para encontrar a un hombre que supiera besarme sin tragar, sin romper, sin lesionar; solamente paladearme calculando y revelando mi textura, mi sabor, mi forma; despertando y rasgando suavemente mi pulpa hasta hacer brotar con su lengua, el jugo interminable, de esta roja ciruela madura.