3 ene 2009

rayos ya no me gustó al releerlo pero bueno ahi ta, ya saben a desbaratarlo que para eso se publica.


NATALIA Y GABRIEL

El 21 de Noviembre del 2007, Regina cargaba sus pesadas maletas al salir del metro General Anaya; eran las siete de la tarde y ya estaba oscuro. No tenía dinero para el taxi y contaba con que Estela estaría en casa esperándola. Buscó en los parabrisas de los peseros aparcados en el paradero alguno que dijera “Miramontes”, pero no, nada. Entre la desesperación, las tripas que le reclamaban comida, y el peso de las maletas, vio un rostro angelical que le preguntó ¿A dónde vas?

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Natalia creyó que los rezos de sus padres habían sido escuchados, le dio al chico la dirección: Castellanos Quinto #25, Col. Educación; y le soltó las maletas ante su amable insistencia. El chico, que se presentó como Gabriel, le sonrió un no te preocupes, mientras le indicaba a que pesero subirse. En lo que duró el trayecto Gabriel preguntó quien era Natalia, a que se dedicaba, de dónde era, y que la traía a la ciudad.

Al llegar a la parada donde debía bajarse, Gabriel le preguntó si quería que le ayudara a buscar la dirección, ella le sonrió si y él tomó de nuevo las maletas, bajaron del autobús y comenzaron a caminar. Natalia tenía miedo, le temblaban las piernas, mamá omnipresente le decía al oído no debes confiar en extraños, pero el chico, amable y güerito, le inspiraba confianza, además sus ojazos verdes y su figura de futbolista de americano lo hacian ver no solo confiable sino tambien atractivo.

Caminaron varias cuadras, el alumbrado de la colonia era pésimo, pero la compañía era amena . Cuando por fin llegaron a la casa su amiga, no estaba. Gabriel le propuso ir a un café cercano mientras llegaba Estela, Natalia aceptó algo apenada pero demasiado hambrienta.

El café tenía un ambiente muy familiar. Ella pidió una sopa de champiñones y él una orden de tacos al pastor. Cenaron, charlaron, y Natalia le dijo de broma que era su ángel enviado como premio por lo buena que había sido ese año; intercambiaron teléfonos y sus respectivos correos electrónicos, y Natalia pensó en lo divertido que sería pervertir un poco al ángel. Gabriel la llevó de nuevo hasta la puerta de la casa de Estela, se despidieron de mano, y ella prometió llamarle.

Después de dos noches concertaron una cita. Natalia estaba muy desconcertada por la indiferencia de su novio, Gabriel acaba de recibir la noticia de que su exnovia de toda la vida se había casado una semana antes. Natalia la noche anterior se besó hasta el cansancio con un desconocido en un bar; Gabriel esa misma noche se emborrachó confundiendo en sus delirios a su exnovia con Natalia. Natalia quería vengarse su novio, Gabriel pensaba que su exnovia se había casado como venganza.

Fueron a desayunar a un lugar muy lejos en el carro de Gabriel, muy lejos para Natalia que no conocía el D.F. y Tlalpan le pareció estar del otro lado del mundo. Hablaron de películas, de sus noviazgos, de que había hecho una noche antes; y en uno de los tantos semáforos al regreso empezaron a coquetear. A la mejor eso fue desde antes cuando al subir al carro después del desayuno Gabriel se recostó en las piernas de Natalia y ella le acarició el cabello, o tal vez un poco antes cuando en el restaurante Natalia le preguntó si no le habian dado ganas de besarla desde que la conoció y el contesto la verdad si, o quizá desde el principio de la cita cuando se vieron y se abrazaron como si no tuvieran huesos.

Pasaron la tarde bajo la delicia del sol otoñal, entre besos, abrazos, helados, y música andina a las espaldas de la Iglesia central de Coyoacan; y ambos se sorprendieron de lo cómodos que se sentían juntos a pesar de ser la segunda vez que se veían. Era como si la cadera de Natalia contara con el espacio perfecto para llenar el hueco entre los brazos de Gabriel, como si la densidad de los labios fuera la justa para los besos más exquisitos, y sus lenguas hubieran esperando esa sofisticada serie de acrobacias para probar su destreza. Era también como si alguien desde el macrocosmos hubiera organizado detalladamente toda la cita -la temperatura, el resplandor del sol, la fuerza del viento, el sabor de la brisa antes del anochecer. Los besos fueron apasionándose cada vez más hasta ser imposible permanecer en público, y buscando un lugar mas “privado” terminaron en el estacionamiento del CNA.

Y ahí tuvieron la mayor intimidad que se puede tener si de repente otro auto te echa las luces, o tienes temor de que el velador te encuentre. Natalia se comprobó que pervertir al ángel era no sólo divertido sino riquísimo; le mostró un océano de caricias distintas, de emociones aun no vividas por un novato como Gabriel, lo trastornó de gemidos, gestos feroces y quejidos destemplados; le hizo conciente de su sabor y del poder de su sexo, le mostró toda la experiencia y fogocidad que a sus 21 años habia podido reunir.

En esa clandestinidad tan deseada, y tan llena de confesiones corporales, Gabriel creyó encontrar lo que había pedido noche tras noche de un año de soledad, pensó que Natalia era el ángel de sus sueños, que esa cercanía repentina y sorprendente era la señal del fin de la tristeza y el abandono; y así, tan desagradablemente, haciéndolo caer de la nube, Natalia le sonrió un desconcertante oye es tarde, lo siento me tengo que ir.

Natalia no solo tenía que irse de su lado sino también de la ciudad, y con ella se fugarían sus efímeras esperanzas. Gabriel sufrió de verdad. Y tal vez se despidió de la manera amable y caballerosamente correcta -vestirse, ayudarla a vestirse, besarla por última vez, decirle un par de cosas lindas, llevarla a la casa de Estela por las maletas y luego otra vez hasta la estación del metro donde la conoció, con sonrisas coquetas y complices, y también con el ahora si último beso, hasta nunca angelito, adiós…

O tal vez si le rogó un par de veces que se quedara entre suplicante e histérico, un ruego de niño perdido que no sabe a quién le pide pero aun así pide -entre lagrimitas y mocos- que le den más besos, más amor aunque sea de “a mentiritas”, prometiendo a lo mejor cosas lindas e inmortales, insistiendo que algo así no puede acabar tan fácil, insistiendo un poco mas abriéndose el pecho y confesando lo que siente sin temer ser vulnerable, para finalmente resignarse decepcionado, y hacer todo lo correcto con más amargura que amabilidad…

O tal vez hace ese drama incomodo que no debiera hacer, y entre más súplicas y reclamos pasa algo que nunca pensó que podría pasar: Rogar, rogarle llorando; rogarle que se quede mientras encima de ella le sacude la cabeza con la fuerza que hace volar a sus contrincantes en el americano; rogarle desesperadamente a gritos y golpes, en el rostro y el estomago, que no lo abandone, que quiere pasar por lo menos una noche completa con ella y verla despertar; rogarle penetrándola violentamente, aunque ella se niegue y le maldiga, que se quede con él hasta el final del día; rogándole a pesar de los gritos de Natalia, de sus golpes inciertos y cada vez más débiles, a pesar de su voz más y más moribunda y sollozante. Rogándole que despierte después de callar su llanto con el tablero del auto; rogándole mientras le besa la boca rota y el aliento ausente. Rogándole a su imagen al conducir su auto a toda velocidad, al buscar un basurero fuera de la ciudad donde dejar ese cuerpo tieso; rogándole que después de todo no lo abandone, que se quede con él hasta la llegada del sueño, que lo ampare de los recuerdos, que lo abrigue con su pasión y ternura desde el cielo. Porque después de todo un ángel no puede morir…

O tal vez, nunca hubo un estacionamiento de fuego, ni una tarde de mágica ternura con besos de antología; quizá el desayuno, las caricias dulces de Natalia, su coqueteo sensual y cómico, no son más que la historia que un niño bien se cuenta para no morirse de miedo ante el espejo. A lo mejor nunca Natalia quiso tocarlo, nunca lo vio con otra pasión más que la de un pánico de muerte, tal vez ella jamás deseo ver su cuerpo rasgado bajo las manos hambrientas de un riquito sin experiencia y con mucha histeria. Quizá nunca hubo una segunda cita, ni una primera, ni un café donde perder la desconfianza y el hambre. A lo mejor lo único que hubo fue una provincianita X llamada Regina, que en su desconcierto e ingenuidad, se dejó seducir por un rostro angelical salido de un carro blanco como una nube, que le dijo ¿A dónde vas?


Final editado el 4 de enero

O tal vez, nunca hubo un estacionamiento de fuego, ni una tarde de mágica ternura con besos de antología; quizá el desayuno, las caricias dulces de Natalia, su coqueteo sensual y cómico, no son más que la historia que un niño bien se cuenta para no morirse de miedo ante el espejo. A lo mejor nunca Natalia quiso tocarlo, nunca lo vio con otra pasión más que la de un pánico de muerte, tal vez ella jamás deseo ver su cuerpo rasgado bajo las manos hambrientas de un riquito sin experiencia y con mucha histeria.

Quizá nunca hubo una segunda cita, ni una primera, ni un café donde perder la desconfianza y el hambre. A lo mejor lo único que hubo fue el cuerpo temeroso de Regina ante un rostro angelical salido de un auto blanco como una nube que le dijo A donde vas?




5 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusto mucho, me deleite.
hadaza....gracias.
un abrazo

Emanuel Simo dijo...

Sabés que este texto me parece genial, me gusta muchísimo, cada vez que lo releo me gusta más, no sé por qué a vos no te gusta! Me gusta como jugás como si fueras un gato, que uno nunca sabe con qué nos va a saltar! Un beso grande!

Abraham Villegas dijo...

Me encantó. Me gusto ese paulatino decrecimiento en la pasión, pero aumento en la locura. Me gustó el hecho de que las posibilidades quedan abiertas. Me gusta mucho como escribes Débora. Un beso y solo uno :).

Xabo Martínez dijo...

Tal vez fue la sombra de la muerte que se contenia en esa mirada cruzada y que se quedo con Gabriel y Natalia...

Bastante ameno.

saludos sonorenses

nzro dijo...

sabes...
la ironia de la vida me esta pasando casi lo mismo y nos llamamos igual... natalia y gabriel