27 nov 2009


MIGAJAS PARA LOS PERROS


¿Los sueños no son de alguna manera migajas en el camino? ¿Señales para los extraviados voluntariamente? ¿Me encontrará a pesar de todo?
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-Hace dos noches, soñé que al caminar de la universidad a mi casa, me esperaban vadeando mi camino cientos de ratas, eran negras y tenían heridas anchas de donde emanaba sangre y pus. No había otro camino por donde ir, esa era la ruta, trataba de no tocar los montones de ratas, de no mancharme con sus fluidos, de no pisar a las que pasaban de un lado al otro del camino. Yo llevaba un vestido blanco y unas botas como de alpinista, traía el cabello suelto, tenía miedo y asco pero no me detenía, continué entre las ratas por mucho tiempo porque el camino era estrecho y largo. De la nada aparecieron dos perras doberman, y me escoltaron hasta la casa.


-¿Qué te hace pensar que este sueño tiene relación con aquel suceso?

-No sé. Quizá que al despertar no se me quitaba la imagen del tipo, su piel renegrida y su rostro de loco; durante todo el día tuve la certeza de que iba a encontrármelo, de que me acechaba, revisé mil veces la calle desde la ventana antes de salir.

-¿Pero no paso nada después verdad?

-Pasó algo. Esa noche cuando regresé a la casa, estando mi callejón vacío, a punto de meter mi carro a la cochera, una mujer pegó su rostro de repente a la ventanilla para ofrecerme panques.

-¿Panques?

-Si, a las nueve de la noche, ¡hágame favor! Iba con una charola llena de panquecitos, pero lo que más me sorprendió fue que cuando di la vuelta en la entrada del callejón no había nadie. Usted conoce donde vivo: el callejón es pequeño, con las luces altas se puede alumbrar completamente, y cuando yo di la vuelta no había nadie; pero de repente tenía el rostro de esa mujer a la altura del mío, sus ojos perdidos y su voz como si tuviera síndrome de down. Del susto casi la atropello, pero logré controlarme y decirle que no quería panques, voltee mi torso para quitarme el cinturón de seguridad y al regresar la mirada ya no estaba, se esfumó.

-¿Qué pasó después?

-Nada, en realidad no sucedió nada. ¿Pero no entiende? ¿Puede decirme que eso fue algo normal?

-Dices que también te causó miedo la mujer que hace la limpieza ¿no? ¿Ella porque?

-Esto pasó justo al otro día, es decir ayer. La mujer no sabía que yo estaba en casa, desperté tarde y me apeteció un café. La mujer bajaba de tender la ropa y escuché desde la cocina cuando ella empezó a decir: “¿Qué haces aquí? Te he dicho que aquí no vengas, que no me sigas, lárgate aquí no te necesito, no quiero nada, lárgate con tus panques; lárgate, ándale, a la chingada, vámonos de aquí” Por más que agucé el oído no escuché que le contestaran, me asomé por la ventana para ver con quien hablaba pero no había nadie, la vieja hablaba sola pero manoteaba y daba trapazos con la ropa mojada en dirección de algo. Cuando se dio cuenta que la observaba se puso transparente, pero de todos modos siguió hablando por lo bajo. No tengo que decirle que estoy aterrada.

-¿Crees que hablaba con la mujer de los panques?

-Doctor, por favor ¿cree que soy estúpida o paranoica? ¿Mi mente inventó todo para que la sirvienta y la vendedora de panques se encontraran y tomaran café en mi cocina? Si yo creyera que esto es normal no se lo estaría contando. No sé si la sirvienta tiene una relación con la vendedora de panques, o si simplemente está loca. No sé si la vendedora de panques es un espectro, o es real. No sé si me encontré con el fantasma particular de mi sirvienta o sólo es una migaja más, un eslabón para que él me encuentre y ahora si yo no pueda escapar.

-¿Quien piensas que es él?

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Era de tarde y yo estaba muy deprimida. Ese día había fumado más que de costumbre. La pesadumbre me hacía caminar muy lento pero la angustia no me dejaba detenerme. Caminaba por la zona vieja de ciudad, sin rumbo. Desde la entrada de la calle de la panadería lo vi. Estaba recargado en la esquina de la siguiente cuadra, era muy delgado, su piel aun de lejos lucía renegrida, vestía como un albañil y fumaba. Sentí escalofrío pero no cambié el rumbo. La calle era larga y estrecha. Lleva mi bolso en el brazo así que por si las dudas lo apreté contra mí. Caminé por enfrente de él y no pasó nada…

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-De acuerdo. ¿Pero entonces crees que él también era el perro?

-¿Cuál perro? ¿Las doberman?

-El rottweiler negro que te siguió desde el bar a tu casa esa noche.

-Sí, ya lo había olvidado. Ya ve que dicen que el rottweiler es el perro del diablo, es chiste doctor, realmente no creo eso. Pero no puede negar que es extraño, que el perro ese me siguiera, así, sin ladrar, sin apartarse, me abría paso entre la gente, entre los carros, me llevó hasta la casa, y me dejó en la esquina. ¿No le parece extraño? ¿Quién es ese perro? ¿Qué es? ¿Un ángel para cuidarme como las doberman, un demonio mensajero del loco? ¿El loco, no será un nahual con aspecto de perro? Diablos doctor, ¿Qué debo pensar?

-¿Y cómo no sabes que yo no soy el loco, nahual, perro? Yo soy un siquiatra y tú me hablas de mujeres que venden panques en la noche, de perros y ratas que te guían o escoltan, de hombres a los que maldices en un idioma no aprendido. ¿Por qué te escucho?

-Porque no tiene alternativa, porque hago que su vida tenga emoción, porque le doy ideas, porque me necesita…

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Caminé por enfrente de él y hasta ahí no pasó nada. Pero justo cuando llegué a media cuadra echo a correr tras de mí. Recuerdo el sonido de sus botas y el del aire cortado con su cuerpo, como el viento de tempestad. Al sentirlo detrás de mi voltee, mis piernas casi no podían sostenerme por el pánico, mi visión estaba nublada, pero voltee. Al tenerlo frente a mí, percibí como el choque de dos fuerzas, como si me protegiera una cortina de algún poder extraño. El hombre estaba en mi cara, me enseñaba los dientes y gritaba con todo el rostro contraído. Yo también grité. Mi boca vomitó una serie de palabras inteligibles y balbuceantes, como el idioma de los idiotas, de los niños, de los santos. No pude escuchar que grité.

El hombre, grito de nuevo algo como un alarido y se echó a correr enfrente a lo largo y ancho de la calle, subía y bajaba, manoteaba, se jalaba el cabello y aullaba. Yo lo veía petrificada. Desapareció.

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-Entonces debo decirle que no tengo idea de si el hombre te está buscando o ya te encontró, si se transformó en tu sirvienta, o se disfraza de vendedora de panques; no sé si realmente lo que dices tiene alguna conexión o es tu forma de volver interesante tu vida, no sé si te inventas las cosas, no sé quién eres tú, no sé si realmente te necesito, no sé si realmente existes. Desaparece de mi sillón, de mis pesadillas, desaparece de mi espejo, desaparece con tus perros, desaparece con tus fantasmas, desaparece. Si te grito una vez más no dejarás de escuchar mi voz como yo desde entonces no dejo de escuchar tu profecía; si te enseño una vez más los dientes está vez si te mordere, deja de acercarte a mí, deja de buscarme cuando duermes. Ándale, a la chingada, vámonos de aquí.

3 comentarios:

Amorexia. dijo...

Barbaro!

Al final uno puede descubrir que no es mas que un producto de la imaginación de uno de sus propios personajes inventados.

Deshora.

BEATRIZ dijo...

Este relato es de lo más cierto que te he leído Susana, me gusta, es fiel a sí mismo.

Besos

Anónimo dijo...

Me gustò. Frida y Fiona deben estar contentas por formar parte de tu guiòn.