
Ha regresado a mi horizonte la posibilidad de ser mamá. Y con esto no me refiero a la posibilidad física o moral, sino más bien de deseo. Mucho tiempo me negué a hacer cosas "femeninas" como cocinar o dedicarle tiempo a lo doméstico. Me negué también en mi mente al matrimonio, si quería un hombre en mi vida pero no pensé que fuera a casarme. Pensé que todo eso que los demás, sobre todo LAS demás querían era, en realidad, un lugar cómodo para vivir, un escondite para no lograr metas significantes en la vida. Me casé. Y hay muchas cosas de las que desconfié que ahora disfruto. Me encanta cocinar. No me gusta el trabajo domestico pero sí crear espacios. Me gusta tener un compañero de viaje, un testigo que es un proyecto. Me gusta construirme con otro y pretender ser carretera. ¿Me gustara ser mamá?

Me da miedo perder mi libertad. Me gusta mi espacio. Podría decir muchas cosas parecidas. Luego pienso en Mozart, en Stravinsky, en Wilde. En enseñar a hablar. En sacarla de la escuela a media semana para ir a un pueblo cercano. En jugar a almohadazos, en clases de natación y piano. En escucharla leer. En sus ojos viendo un tigre. En su rostro relajado al dormir. En brincar sobre el lodo bajo la lluvia. En verla decidir. Y pienso que ha de ser hermoso ver como se forma un humano desde el vientre hasta la libertad.

No tiene nada que ver pero revisando libretas encontré esto y me gustó:
No existe el silencio. Existe el ruído del refrigerador, de la mano rozando la hoja, de la ciudad dormida. Existe la voz de la televisión que no escucha, del teléfono que no me llama, de las alarmas para despertarse, de los pasos y motores que se alejan, del timbre del messenger que siempre molesta, de la música sorda. Existe la voz del protagonista de un libro, a veces los cantos de pájaros negros, o las bocinas de alguna historia. Tal vez alguien me bajó el volumen, gruñir es lo que suena, mi voz de fantasta, de enemigo, de viento. No existe el silencio. Existen los ronquidos y la tos, los pedos y los eructos, las palabras de cortesía y el intercambio de saludos. Ya no suena nada, no hay sonido, ni eco, ni reverb, ni...

Me da miedo perder mi libertad. Me gusta mi espacio. Podría decir muchas cosas parecidas. Luego pienso en Mozart, en Stravinsky, en Wilde. En enseñar a hablar. En sacarla de la escuela a media semana para ir a un pueblo cercano. En jugar a almohadazos, en clases de natación y piano. En escucharla leer. En sus ojos viendo un tigre. En su rostro relajado al dormir. En brincar sobre el lodo bajo la lluvia. En verla decidir. Y pienso que ha de ser hermoso ver como se forma un humano desde el vientre hasta la libertad.
No tiene nada que ver pero revisando libretas encontré esto y me gustó:
No existe el silencio. Existe el ruído del refrigerador, de la mano rozando la hoja, de la ciudad dormida. Existe la voz de la televisión que no escucha, del teléfono que no me llama, de las alarmas para despertarse, de los pasos y motores que se alejan, del timbre del messenger que siempre molesta, de la música sorda. Existe la voz del protagonista de un libro, a veces los cantos de pájaros negros, o las bocinas de alguna historia. Tal vez alguien me bajó el volumen, gruñir es lo que suena, mi voz de fantasta, de enemigo, de viento. No existe el silencio. Existen los ronquidos y la tos, los pedos y los eructos, las palabras de cortesía y el intercambio de saludos. Ya no suena nada, no hay sonido, ni eco, ni reverb, ni...