4 nov 2010



Antes de leer los periódicos, porque sí primero los leo entonces ya no quiero escribir nada...

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Mi clochard favorito fuma Benson and Hedges, duerme casi todo el tiempo afuera del edificio de correos, no sé dónde pasará el invierno, es misogino y muy blanco, tiene los ojos color miel y se sonroja si compra galletas con mucho chocolate; no tengo idea de donde saca dinero para esos pequeños gustos, pero todo lo compra en el oxxo de enfrente, en medio del asco y envidia de los cajeros que no pueden pagarse tantas cajetillas como él. No creo que le preocupe desarrollar cáncer, no creo que le aconcoge la violencia, no creo que tenga más molestias que la gente que sin consideración pasa casi pisandole la cabeza después de las diez de la noche.

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No te había dicho que casi todas las mañanas subo a la azotea a tomar café. Ni tampoco que desde ahí se puede ver todo el mundo.

El mundo a donde quisiera huir para no saber más de ejecutados, ni de levantones, dónde todo es carreteras y montañas. Dónde te puedes esconder entre puestos de comida y hojas de plantano, un mundo en el que puedes viajar sin pasaporte y sin mucho dinero, en carro, en bici, en barco, en avión. Por todos lados hay aparcaderos, embarcaderos, aeropuertos para tomar el transporte que necesites; podemos hablar el idioma que deseemos, sin necesidad de clases, si alguien te habla en suahili le entiendes tanto como al tipo que habla coreano, o de plano al primo que habla francés. No tienes que comprar ropa especial, cada puerto o ciudad tiene casas de ropa para los viajeros, puedes escoger lo que necesitas según la temporada. Me gusta mucho este abrigo tan peludo, así no me espanta que en Kars no deje de nevar.

Podemos comer cus cus o cordero azado, sólo escoge la ciudad; podemos tomar mucha cerveza oscura o café sobre las dunas, podemos brincar de selva a tundra, pero hoy quiero dormir junto a los chacales de Petra.

Todo a pesar del aire, que me enfría el café y las manos, pero quiero abrir un poco más los ojos y ver el sol cayendo sobre las piedras viejas de Delhi, y llorar un rato sobre el último muro de Jerusalén, mañana si tú quieres podemos ir a Tokio, hay un casa con un pozo profundo anegado desde dónde se ve la luna; ahí podemos charlar por horas, solamente tu voz y la mía, sin interrupciones, sin televisión, sin internet, es más ni siquiera vamos a necesitar libros.


Quédate en la azotea conmigo, no vayas a trabajar; el mundo puede ser más bonito, el pan volverá a saber a pan, las naranjas nos pintaran una sonrisa color de sol, tu nombre sonará a tí, tu cara responderá a tu alma, podremos burlar la muerte y el miedo, ni siquiera nos hará daño el frío y mucho menos el tráfico, ya no importará lo caro que está todo ni lo estúpida que es la gente, quédate aquí y vámonos ya.