23 ago 2013

como chivas en cristalería


Era muy común verte. Disfrutable pero común. Nunca pensé que eso podría cambiar. Siempre quise salir, dejar esa ciudad y sus calles. ¿Por qué ese afán por perder lo que tanto amo? Nunca quise perderte a ti. A veces, cuando por fin tenemos tiempo, siento que no nos hemos perdido, que seguimos siendo nosotras, que tenemos los puentes alzados pero listos para cruzar para cuando podamos encontrarnos.

Aprendimos muchas cosas juntas. Parece increíble que no hayamos alcanzado nada en nuestras carreras. Tal parece que nos engañamos. ¿Estábamos destinadas a no ser nada importante, extraordinario, a encontrar lo inexplorado? ¿Siempre fuimos sólo un par de pretenciosas que iban a revolucionar su generación, y acabamos siendo madres, esposas, nada? ¿De nada sirvió la fe mutua, el esfuerzo, la búsqueda, todo libro que devoramos, y cada tarea que supimos superar?

Te estoy embarrando en mi mierda vocacional. Tú siempre quisiste ser madre, formar una familia, amar cotidianamente un hombre. Pero yo sé que hubieras querido ser más. ¿Podíamos lograr todo juntas? ¿No fue nuestra fe cruzada un trampolín que se rompió al separarnos? ¿Yo necesitaba tu fe en mi y tú mi fe en ti para lograr todo, éxito y amor, para vivir hasta la muerte, para ser mucho más que ordinarias?

Extraño tus libros. Tu forma de ver la vida. Hablar llenas de acidez y sarcasmo sin que nadie se escandalizara. Hablar francamente tanto como para poder terminar peleadas y que una carta arregle todo. Confiábamos demasiado en las palabras. Pensábamos que así se construía el mundo. Pero sólo el nuestro. El de los demás tiene tantos y tan frágiles materiales y además tu y yo siempre entramos en ellos como chivas en cristaleria.


22 ago 2013

Entre más que excelente y menos que inútil


Sale de su casa sin azotar la puerta. Sin casi hacer ruido, sin dar señales de molestia. Camina. Los albañiles llenos de mugre le ven el culo. Al menos alguien le ve el culo. Aprieta el paso pero no hay prisa. Se vuelve a relajar. El aire está frío, llueve suavemente, tanto que ni siquiera moja. Entra al mercado. Casi todos los puestos están cerrados menos los de los santeros; el que busca sí. Frustración. Ya puede adivinar el regaño. Regresa lento, más lento. Dejó de lloviznar. Una fracción del cielo se ha despejado y deja de ver desde su base a los volcanes. Que grandes. Tienen hielo en la cima. Cada vez que ve el hielo siente más frío, agradable, excitante. Casi al llegar a su casa ve a un conocida, no quiero saludarla. Es en esos casos que ama ser invisible, cuando se siente cansada, pequeña, fracasada, menos que inútil. Casi siempre es invisible. Entonces baja la cabeza. Lastima ya no podrá seguir viendo los volcanes. Ni modo.

Llega a su casa pero no entra a la estancia. Cruza el patio y sube a la azotea. No es drama. Hay ropa que descolgar. Que delicia estar ahí. Frío, aire, nubes, volcanes, grandeza. Y entonces los ve fijamente, lo blanco hasta perderse, fundirse a la niebla, en la cima, en la gloria.