16 jun 2011



Hace años me obsesioné con el tema de tener una hija, le escribí no sé cuantas cartas, dónde le hablaba de música, de lo que yo entendía que era la vida, en fin, de puras babosadas de adolescente, pero que para mí eran importantes. Mi niña imaginaria tenía nombre Amy Isacc.

Pasaron muchas cosas en mi vida después de eso. No sé a donde fueron a dar esas cartas, ni los sueños de tener hijos. No sé porque dejé de querer un matrimonio, y la idea de ser mamá me pareció en ese entonces un clisé ridículo: las mujeres al fin y al cabo, no importa lo que estudien, sólo quieren casarse y tener hijos, justificar su existencia porque tiene la capacidad de ser fertilizadas, etc.

Tal vez me desencanté al ver a tantas chavas de mi edad ya casadas, sin tener carrera, ni metas en la vida, pero sí niños. A lo mejor fue que mis romances rara vez, más bien nunca vez, cristalizaban en algo durable, tenía un imán para las relaciones intensas, breves y anecdóticas, que no poseían a la larga una historia matrimonial. Quizá fue que mis deseos de ser alguien importante, trascendente, veían como aburrida la idea de echar raíces, de una familia tradicional.

Empecé a escribir cuentos antimaternales, como el "Ángel de la muerte", "Nuestro hijo" y "El Festín de los gatos", y mi mejor amiga me preguntó ¿que diablos tienes contra los niños? y mi novio de ese entonces se horrizaba cada vez que los leía y me escuchaba diciendo que no quería tener hijos.

Luego llegó el horfa, y algo cambió. Un simple trabajo que no pedí ni busqué me revolvió las tripas como nada. Treinta chamacos, más o menos, sin madre, nadita de madre, latosos, manipuladores, jijos de la tiznada, a los que les tenía que dar clases. No fue fácil pero fue fascinante. Nunca creí poder querer tanto a gente que no tenía ni una gota de mi sangre o de mis anhelos, les enseñé música y ellos me enseñaron a querer. Fue un año, y no tardamos mucho en agarrarnos cariño, en vernos como amigos, en divertirnos; es que un niño es la cosa más maravillosa que existe en el mundo. Es complejo poder explicar lo que te hacen sentir, saber lo vulnerables que son, lo sincero y rudos, pero esa ternura inherente te desarma, y tú también te vuelves vulnerable, te abren, no sé puede enseñarles nada que no sea a partir del corazón, y entonces te ves a ti mismo planeando los días con ellos, buscando cosas sorprendentes para ver de nuevo sus ojos enormes, esforzándote por un concierto en el que su autoestima florezca. Y te sientes maestra, amiga, hermana, y madre. Si hubiera podido habría adoptado seis de ellos, al menos seis, varias veces me soñé dándoles un hogar y un futuro. En fin, sueños güajiros.

Hubo excepciones, momentos en que pensar en un niño mío resultaba difusamente atractivo. Después llegó el verdadero Isaac, y él siempre quiso ser padre, aun no nos casábamos y ya teníamos el nombre de la niña. Sí desde entonces, pero sonaba a cuento bonito, a la casa detrás de la colina llena de dulces, y una alberca enorme; ya en la vida real mi egoísmo y miedo, me hacían desear no ser mamá, a ratos sí quería serlo, pero volvía a pensar que la vida se me complicaría tanto que se tornaría irrespirable. Puro miedo, miedo a que? ¿a vivir?

Tengo 5 meses de embarazo, y Dios es sabio. Los primeros meses vomité hasta el último ápice de temor; no la sentía, solamente los efectos de su presencia, todo eso puede resumirse en vulnerabilidad, pero también en un deseo de ser muy fuerte para que nada le afectara a su pequeño mundo oscuro. Verla en cada ultrasonido, acercaba el cuento a la realidad, y entonces la debilidad, los vómitos diarios, y todo malestar se esfumaban porque podía ver un pequeño cuerpo moviéndose.

Y otra vez quise boicotearme, hago eso siempre, finjo desear lo contrario para no decepcionarme, me convencí que quería un niño, soñaba un niño, me emocioné con la idea de un pequeño varón. Y hace casi un mes supe que no, que la vida se reía de mi de nuevo invitándome a sonreír: es niña, la latosa que me patea y me mantuvo de cabeza en el escusado es niña.

Dios es sabio porque la seguridad y el amor crecen a cada patada, en cada movimiento de pez, cada noche que me despierta golpeando mi vientre, diciéndome que está ahí, que es real, reclamando su espacio, su alimento. Aun no sueño su rostro.

3 comentarios:

Sybila dijo...

Wow Deb. Uno no empieza a concebir como pasan los años sino cuando le pasan los años a los otros. Nueve meses no son lo mismo para alguien que camina y anda en no se qué ciudad, que para una niña.

Trabajar con niños es hermoso. La ternura, lo espontaneo que son, lo dadivosos. También es una lata, pero no se puede dejar de lado que es una experiencia, sí, enriquecedora hasta el muégano.

Deseo que te esté yendo muy bien...y que puedas transmitirle toda esa pasión a la niña.

Un abrazote =)

Elsa Cortes dijo...

Hola! no me sorprende nada que tu realidad y tu vida cambié con cada dia de esos mese de espera, las que ya pasamos esa etapa sabemos que lo que viene es aún mas grandioso, satisfactorio, misterioso, aterrador a veces cuando tienes que tomar tus decisiones y no escuchar mas tantos consejos, y a pesar de todo ello no hay dicha más grande ni reto mas fuerte, ni pasión más intensa que el saberte madre. Felicidades, ánimo, paciencia y muuuuuuuucho amor.
Un abrazo Debo.

David Cotos dijo...

Felicitaciones.